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El alma en pena

De manera acelerada, con paso firme, como queriendo alcanzar en un dos por tres el objeto a lograr, avanza por entre el andén de la casa colindante con el templo, el padre Jaime Álvarez, cura párroco de la vecindad.

Viste de manera sobria con su sotana oscura, raída por el tiempo, resistiéndose a modernizarse en su vestir, considera inoportuno lucir de clergyman como lo hacen hoy en día muchos de los colegas y continua entonces con el tradicional traje talar.

Su alta figura, desgarbada ya por el paso de los años, aun se impone cuando se encuentra en medio de la multitud o en la calle solitaria de su barrio, donde se siente respetado cuando a su paso lo saludad y le ceden sin ningún preámbulo el camino de la acera toda clase de gente, comenzando, claro está, por las viejas matronas del vecindario que aun recuerdan con claridad su llegada a la parroquia y los festejos que con tal motivo se hicieron en su honor.

El repique puntual de las campanas, hace que aligere el paso para entrar de manera inmediata a la sacristía donde ya se encuentra Roger Julián, su fiel amigo y sacristán, quien saludando de manera reverencial comienza a colocar el traje ministerial al presbítero para la celebración de la misa.

De frente a los feligreses, sin saber el porqué, viene a su memoria cierto nombre de la mujer que cual efímero recuerdo da vueltas entre su cabeza sin poder precisar cuál es el verdadero nombre y apellido, y el por qué tanto deambula el impreciso nombre, entre el recuerdo de los años que se esfuman por entre la penumbra y añoranza de un ayer que se fue, pero que aun repercute de manera singular sin recordar de manera incierta el porqué. Extasiado como estaba, pensando, tratando de aprehenderlos para encontrar el verdadero nombre de la mujer que lo retraía en sus recuerdos, se sorprende cuando Roger Julián, da un golpe a propósito al micrófono, tratando de llamar la atención del sacerdote que cual si fuese una estatua viviente se había quedado mirando hacia abajo, hacia un infinito sin fondo, buscando un algo sin encontrar.

Inicio la misa y tal como solía suceder en los últimos días, mecanizaba sin mayor esfuerzo el rutinario ritual, pero con un cierto temor a un no  sé que ni el mismo podía descifrar, menos poder precisar. Cuando llego el momento de expresar el nombre de por quién se celebra el ritual de la misa, su mente se turbo, no pudo pronunciar palabra alguna y cuando descanso desfallecidamente sus manos sobre la mesa que servía de altar, tuvo que cerrar los puños de las manos como queriendo apretar un algo que fácilmente se escapaba entre sus dedos.

Termino con dificultad la ceremonia, esperando en que sus feligreses no hubiesen notado nada extraño en el comprometido comportamiento que solo el quizá su fiel sacristán, sabían por cuanto de un tiempo acá, el pare Jaime, había referido confidencialmente sobre el  momento crítico por el que estaba pasando.

Busco, luego de quitarse el ceremonial traje, un pequeño papel donde bien recordaba tenia escrito el nombre de una mujer por quien debía orar, nombre que  a veces llegaba con gran claridad a su pensamiento y a la vez se perdía, se esfumaba entre recuerdos vanos. No lo encontró, teniendo una vez más que resignarse a continuar hurgando dentro de su pensamiento a ver si recordaba con precisión el nombre de la mujer que se perdía impertinentemente en su memoria.

Ya era tarde las sombras de la noche martilleaban sobre la casa cural y el padre Jaime, decidió con precisión buscar la escalera que conduce del pequeño patio al segundo piso donde se encontraba su alcoba. Atravesó el patio y cuando estaba cogiendo la baranda para iniciar a subir las escalas, miro hacia el fondo, entre el descanso de peldaños y el suelo, y observo una especie particular de montículo oscuro, dotado de cierto movimiento nada natural, hecho que llamo de inmediato su atención, fue hasta él, y  ¡OH sorpresa! Al comprobar con su mano que era el cuerpo de alguien que de manera acurrucada, en cuclillas se tapaba totalmente con un manto negro, como queriéndose ocultarse de todo y de nada.

El padre Jaime con la mano izquierda trata de sacudir el bulto negro y con la derecha ha iniciado la señal de la cruz sobre su cuerpo, pronuncio algunas ininteligibles palabras que ni el mismo supo que decían. El bulto negro, todo cubierto y oculto en plena oscuridad, se había desaparecido.
Escrito por: José Efraín Erazo Guerrero, 2007. [Mitos, leyendas y dichos populares de Cumbal]

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