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La Banda de Yegua de Chipacued

Banda de Yegua de Chipacued, Guachavés.
Arribamos, con mi hermano César, por fin a Guachavés después de tres horas de viaje desde Pasto, después de haber soportado varias detenciones obligatorias debido a obras de ampliación y pavimentación de la carretera que conduce de Túquerres a Samaniego, y, después de trepar ocho largos kilómetros por carretera destapada desde el río Pacual. Eso nos retrasó por lo menos una hora, y con cada minuto perdido en los retenes nuestra preocupación iba en aumento tan sólo de pensar que la banda de yegua ya hubiese tocado.

Nos enteramos del evento por una publicación en Facebook de la Secretaría de Cultura del departamento, pero fue imposible conocer la programación antes de partir. Viajamos entonces acompañados solo con la ilusión de poder escuchar, así sea por una sola vez, a la Banda de yegua de Chipacued, Guachavés.

-Parece que llegamos a tiempo- dije a César, mientras bajamos del carro para dirigirnos a la tarima, levantada en la plaza al lado de una extraña mole construida en honor a la madre tierra: una mujer raramente vestida sentada en un carro halado por dos leones. Me detuve un momento intentando encontrar un atisbo indígena en ella, pero todo apuntaba a una imagen de la Virgen María o de una reina europea. 

-Esa escultura es una copia- dijo, al notar mi curiosidad.
-¿Un plagio?- pregunté, tontamente, preocupado por la propiedad intelectual.
-Es una copia de la Cibeles griega- respondió secamente, y siguió caminando.

Cibeles, una escultura extraña.
-Qué extraño- pensé-  que en pleno Resguardo Indígena de Guachavés, se haya levantado la escultura de una deidad de los conquistadores, así sea griega-. 

La plaza estaba ocupada por pequeños grupos de campesinos, vestidos con ruanas y sombreros, acompañados de bombos, tambores, flautas, carracas y otros elementos de percusión. Eran las diferentes bandas venidas de otros municipios a participar del concurso de bandas de yegua, entre las que se mezclaban jóvenes con camisetas alusivas al evento y algunos habitantes del municipio. 

Nos acercamos al frente de la tarima en la cual una bella presentadora anunciaba que el señor alcalde dirigiría unas palabras al disperso auditorio.

Luisa Fernanda Acosta, presentadora del evento
En medio de su discurso el alcalde recordó al Taita Jaime Chazatar,  cinco veces gobernador del Cabildo indígena, asesinado el 31 de diciembre de 2011 antes de posesionarse como alcalde municipal y a cuya memoria se brindó éste Primer Concurso Departamental de Bandas de yegua. Finalizando el discurso su voz se quebró por el recuerdo, tragó varias veces sus lágrimas e hizo pausas cada vez más largas tratando de ahogar la pena. En unos eternos instantes, un sentimiento de incomodidad se fue apoderando de los asistentes hasta que la plaza enmudeció. Entonces le dije a uno de los integrantes de la Banda de yegua que estaba a mi lado: -apoyemos a éste hombre con un aplauso para que pueda seguir hablando-, y empezamos a aplaudir fuertemente seguidos por algunos de los presentes. El alcalde terminó su discurso confiado en que este primer concurso sea el inicio de una larga historia que rescate esta expresión musical tan autóctona.

Estábamos, por primera vez en la vida, en la plaza de Guachavés conversando animadamente con algunos miembros de la Banda de Yegua de Chipacued, intentando convencerlos de tocar una pieza musical al lo cual se negaron porque no estaba el director.

De repente, de la nada apareció un hombre blanco, elegante, de ojos claros, vestido como el resto de la banda con sombrero de paño, ruana café, calzoncillo largo y blanco arremangado a la altura de las pantorrillas sobre el filo del pantalón negro y alpargatas impolutas de cabuya: era Omar Salcedo, el director de la banda.
¿Tacada de qué?- dijo con sonrisa burlona Omar Salcedo, el director.
-Más que indígena, tiene tacada de atavismo de misionero- dijo al verlo mi hermano, dirigiéndose en voz alta al resto de la banda, en la mejor interpretación de "Hablarle a Pedro para que entienda Juan".
- ¿Tacada de qué?- asintió con sonrisa burlona Omar Salcedo dándose por aludido.

-Que más que hijo de indígena, parece más bien hijo del misionero- le respondió mi hermano, y todos soltamos la carcajada.

Nos quedamos atentos puesto que a diferencia de las otras bandas venidas de Samaniego, Sapuyes, Ospina, El Contadero,  Túquerres y Pasto, ésta era la única que en toda la mañana no había interpretado una sola pieza. Esta banda de yegua, hace parte de la apreciada trilogía de expresión cultural ancestral de los Pastos, junto a las Mojigangas de Funes y los Danzantes de Males.Y como es la única reconocida como banda de yegua de Nariño y por la que habíamos viajado, queríamos oírla.

-¿Nos soplamos una?-  dijo entonces el director con el puro de guarapo terciado, dirigiéndose en voz alta a los otros miembros de la banda. Inmediatamente pensé que ese lenguaje concentra bombo, tambor y quijada, o sea toda la percusión, en la flauta, único instrumento que no es de yegua, como si todos soplaran. Me pareció también una forma de hacer saber quién es director.

-Claro director- respondieron a coro Luis Quenorán, quien toca desde 1986 el bombo de cuero de yegua con más de 120 años de antigüedad, verdadera joya de la percusión Pasto, un poco desvencijado por el uso y los viajes internacionales, pero que lejos de ser una cosa inerte guarda el espíritu vivo de la música y Fidel Rivera, quien, golpeándola con la mano, hace sonar con maestría las muelas flojas de la nueva quijada de yegua. La anterior hubo que cambiarla -porque en el viaje a Perú le pusieron cosas pesadas encima y la partieron- dijo Fidel.

Luis Quenorán
Fidel Rivera
Invitado por el director y considerando eso como una atención, me empujé, directamente del puro, un largo y dulce trago de guarapo "enjuertecido".  Mientras tragaba, pensé con cargo de conciencia: -ojalá al regresar a Pasto la policía de tránsito no me haga prueba de alcoholemia, porque ahí si nos jodimos-.

La gente empezó a agruparse alrededor del director de la Banda que repartía guarapo en un pilche a las personas cercanas; algunas llegaron con sus cámaras fotográficas y de video. Valía la pena registrar en vivo a estos artistas reveladores, conmovedores, sin limitaciones, reconciliadores del hombre con la naturaleza.
El Director de la banda reparte guarapo.
-Pero falta el tambor-, dijo Luis al director, y dirigiéndose a nosotros complementó- que a propósito también es de cuero de yegua-.
-Pues, que lo llamen con el cuerno porque va a llover- respondió.

Entonces don Julio, el hombre del cuerno de buey, miembro de una banda de yegua de Túquerres, algo circunspecto, de ostentosa cumbamba, flaco, alto y un poquito encorvado, metido en una ruana café de lana de oveja virgen, cogió el cuerno que llevaba prendido al cuello mediante una correa tejida en cabuya, tomó aire, puso delicadamente su boca en el hueco, sopló sin inmutarse y le arrancó un bramido sobrecogedor, un verdadero chispazo de vida, que repitió dos veces más, como poderosos gritos-símbolos retenidos en la memoria colectiva, que llaman a alistarse y cuyo mandato llegó hasta el río Pacual.

El hombre del cuerno de buey
Mientras llegaba el tamborilero, con actitud juguetona el director de la banda de yegua le pidió el cuerno a Don Julio para hacerlo sonar, pero por más que tomó aire e infló los cachetes hasta ponerlos rojos no lo logró. Los vecinos agrupados en el parque alrededor de la banda se rieron al ver al director con la cara colorada y los ojos saltones por el esfuerzo vano.

-Es que hay que saber poner bien la boca en el cuerno- le dijo don Julio con respeto.

Mi hermano, un viejo scout en ejercicio, pidió una oportunidad para hacer sonar el cuerno. Tomó bastante aire, infló los cachetes y soltó tres fuertes bramidos con el cuerno de buey -porque tiene que ser de buey sino no suena nada- me dijo al oído don Julio. El valiente scout volvió a tocar varias veces el cuerno. Al devolverlo a su dueño dijo orgulloso: -qué tal un scout que no sepa tocar el cuerno-.
Jefe Scout de Nariño haciendo sonar el cuerno
Mientras llegaba el tamborilero, Luis Quenorán contó que en otros tiempos el bombo lo tocaba don Grabiel Caratar de la vereda San Martín del municipio de Santacruz. Y haciendo una revisión física del bombo, prácticamente acariciándolo, afirmó que fue elaborado hace más de 120 años con cuero de yegua en la vereda Chipacued -de allí el nombre: Banda de Yegua de Chipacued- y que lo han mantenido sonando desde entonces. El bombo es totalmente artesanal ajustado su perímetro a punta de bejuco y guasca para que no se desbarate.

Contó también que en tiempos pasados hubo varias bandas de yegua en el municipio de Santacruz que fueron desapareciendo poco a poco.

Al fin apareció el tamborilero.
Al fin apareció el tamborilero. Se  juntaron los músicos, conversaron algo rápidamente, se alinearon uno junto a otro y empezaron a tocar. No hay el un, dos, tres, cuatro para iniciar, porque la clave la llevan en el corazón y el momento de comenzar una pieza se acuerda cuando el director alzando y bajando la cabeza inicia con la flauta una melodía intemporal, popular, soberana,  sacada de los jirones de la tradición Pasto y a la cual sin vacilación en la forma bombo, tambor y quijada de yegua se acompasan en un diálogo memorable.


Desinteresados por la popularidad, prendidos de sus instrumentos y tocando sólo por disfrutar el puro placer de la existencia,  ni siquiera esperan los aplausos de la gente de Guachavés,  que tal parece los guarda para otros artistas, no para éstos.

-Aquí no aplauden- dije a mi hermano.
-Parece que no tienen la costumbre- respondió.

La música tenía un aire de son sureño, bambuco y sanjuanito, de música triste porque estaban alegres. Aunque era  para todos, sentimos que esa pequeña pieza musical era una deferencia a quienes, como foráneos, mostrábamos interés especial en ella.

Se acercó a la Banda un niño vestido como los artistas pero en talla pequeña: sombrerito oscuro de paño, ruanita café de lana de oveja tejida en guanga, pantaloncito negro del cual sobresalía el calzoncillito largo doblado hacia arriba de las mangas -Es para no ensuciarlo y darle un toque especial al atuendo que cierra con alpargatas de cabuya- dijo Luis.

La Banda de Yegua de Chipacued
Luego se acercó al grupo de músicos una joven con follado de color café, sombrero y pañolón oscuros, cabello negro recogido en dos trenzas que se deslizaban hacia adelante. Nos miraba sin mirarnos, sonriente y tímida. Poco tiempo después, hizo lo mismo otra muchacha con gafas, un poco mayor. Y ahí fue cuando empezó la cuetería, y con ella también los sobresaltos de la gente a cada explosión.  A pesar de la prohibición oficial de la fabricación y uso de pólvora, pero con el beneplácito de las autoridades presentes, dos hombres encargados de tirar "cuetes" los hacían estallar con estruendo en las alturas.

-No a la pólvora- paso gritando una vecina, pero nadie le hizo caso pues hacía parte del espectáculo, de la puesta en escena de la Banda para el desfile, de la performance, diría mi hija y sus amigos de Clavemanía en Melbourne.

Apenas terminaron, iniciamos nosotros los aplausos que fueron seguidos tímidamente por algunos habitantes de Guachavés.

El director, antes de empezar el desfile, al ver una banda concursante compuesta por siete integrantes dijo:

 -Pero ellos no han de desfilar todos, sólo pueden cuatro- haciendo referencia al formato de la banda de yegua: cuatro instrumentos y cuatro músicos.

Y también afirmó, mientras señalaba el bombo:

 -Pero es que el bueno es este tambor de cuero de yegua, porque suena más claro- rescatando la autenticidad.

Intentando atar con palabras, de estos dos grandes "peros" comprendí que una banda de yegua, en sus aspectos físicos tiene como características: percusión elaborada artesanalmente con cuero y quijada de yegua; cuatro instrumentos: flauta, tambor, bombo y quijada, y, uniforme. Estos utensilios, a cuyo uso nadie apostaría, se conjugan con aspectos sociales, musicales, especialmente históricos, para reproducir a contracorriente, una tradición centenaria de los Pastos de Santacruz- Guachavés.

-Que empiece rápido el desfile- gritó entonces con aire de mando un hombre que parecía de los organizadores.-Que empiece rápido porque va a llover- insistió.

Inmediatamente organizaron el pasacalle y dieron los primeros pasos.

-¿Y el alcalde?- dijo alguien. -¿Y el alcalde?- repitió con angustia y detuvo la marcha.
-Ya llegó, ya llegó- respondió una voz.

Inició el desfile y empezó a llover, primero suavemente pero a las tres cuadras ya llovía copiosamente. Los músicos, como si nada, seguían tocando, manteniendo seca la cara con el alero del sombrero y la espalda con la pesada ruana.

-Es que se echaron mucho tiempo almorzando- dijo un paisano desde un andén -ya son las dos de la tarde-.

Creo que en Guachavés pocos paisanos disfrutaron el evento.

[Me acordé del Primer festival de la chicha y la quena que una vez se celebró en Funes, pueblo Pasto, en el cual participaron quenistas y grupos musicales de renombre nacional e internacional como Altiplano de Chile y Ñanda Mañachi de Ecuador, y la paralizante indiferencia de los contrarios al alcalde que miraban el espectáculo desde atrás de las cortinas de sus prejuicios.

Comentarios

Unknown ha dicho que…
Gracias por dedicar su tiempo a escribir sobre un pueblo tan olvidado como lo es Guachaves..permitame le comento el señor de ojos claros se llama Omar Salcedo..y si tiene razon..lastima que hasta para al cultura ...la gente permita primero su inconformidad política que darse el gusto de disfrutar de estos eventos que como pocos rescatan la esencia de nuestra raza raza...Felicidades...
VILMA CARANGUAY ha dicho que…
Agradezco este comentario...detalla a las personas y a los instrumentos,todos de gran importancia dentro de la Banda de Yegua Chipacué...
Felicitaciones a todos.
agualongo ha dicho que…
Importante nota, sobre todo para aquellos que nos tocó emigrar muy jóvenes pero que allí están las tradiciones de nuestro pequeño terreno enclavado entres ríos, páramos y el siempre vistoso tapiz de retazos
agualongo ha dicho que…
Importante nota, sobre todo para aquellos que nos tocó emigrar muy jóvenes pero que allí están las tradiciones de nuestro pequeño terreno enclavado entres ríos, páramos y el siempre vistoso tapiz de retazos

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