SOLO SE APRENDE A ESCRIBIR ESCRIBIENDO


Quiero compartir las vicisitudes y también las alegrías que el arte de escribir trae consigo, no tanto con al ánimo de decir lo que es útil o determinante, sino más bien con el deseo de comunicar la animación del viaje lectoescritor, que recientemente he iniciado. 

Antes de empezar me asalta la inquietud de que estas ideas sencillas y locales, sean poco significativas. En el fondo es el viejo temor a ser evaluado y castigado, aprendido en la primaria. Cuando las planas de escritura, llenas de rollos, palos y letra palmer no eran del agrado del hermano marista, profesor de escritura, me hacia estirar la mano abierta, con la palma hacia arriba y para descogotar de raíz el error, descerrajaba sobre ella un golpe seco con una gruesa regla de madera, que dolía más que la letra palmer. 

En represalia a ese arcaico modelo educativo que se puede llamar "la letra con sangre entra", mi letra ahora es cualquier cosa menos palmer. 

Enhorabuena hoy en día, la educación alienta la escritura de pequeños relatos, pero el computador se encarga de la letra. Esto me anima a poner en escena lo que pienso y espero con paciencia estoica, los comentarios de mis lectores. 

Cualquier persona, en determinadas circunstancias, por gusto, por obligación, aún por azar, puede escribir algo y aspirar a que alguien lo lea. De alguna manera escribir es poner afuera el pensamiento, las emociones, los deseos; escribir es exponerse a los demás sin otra ropa que una u otra metáfora, como lo hizo una vez una chica que en el aula de clase escribió y leyó para el grupo su autobiografía, la memoria de su anterioridad. Lo hizo entre sollozos, pues se dio cuenta, entre otras cosas, que en su vida había amores y circunstancias inolvidables. 

Quien escribe se convierte, paradójicamente, en actor y espectador de su propia obra, pone en escena sus máscaras, sus ideas, sus proyectos, sus iniciativas, sus amores y los somete a confrontación con otros. Así es como descubre sus propias debilidades e incompetencias y también sus posibilidades. 

Solo se aprende a escribir escribiendo “…una y otra vez –dice Fernando Vásquez Rodríguez en La Alegría de Escribir- tachando, volviendo hacia atrás continuamente, retomando o relacionando, haciendo glosas, recurriendo al inciso, al alargamiento o la supresión”. Es en este trabajo de ir y venir continuamente, de vueltas y revueltas sobre el mismo surco, que toma sentido el escribir, porque nadie tiene las ideas elaboradas en su cerebro sino que las construye poco a poco, cambia una por otra, las enlaza, les da vuelta, corta una aquí y la coloca allá y así van tomando forma textos con significado y lo que se quiere expresar emerge, como una escultura tallada en piedra frente a la cual queda uno asombrado. 

Inicialmente en este proceso, tomado como un viaje al que uno se aventura, no importa que los recursos estilísticos utilizados para embellecer el lenguaje como la comparación, la metáfora, la parábola, la hipérbole, la sinécdoque, el hipérbaton, la anáfora, el asíndeton, la metonimia y otros más brillen por su ausencia. No importa que los signos de puntuación, la coma, por ejemplo, empleada para separar elementos de una misma oración u oraciones independientes cuando no hay conjunción entre ellas o el nombre de una persona a quien se dirige la palabra o para separar expresiones intercaladas que especifican o amplían el sentido de la oración no se utilicen correctamente. Tampoco importa que el punto seguido utilizado para terminar una oración relacionada con la siguiente en el mismo renglón, o el punto aparte, utilizado para terminar de expresar una idea en un párrafo, o los puntos suspensivos utilizados para omitir escribir algo que se sobreentiende, para indicar duda, suspenso, no concluir una oración o indicar algo que no se ha escrito, no se manejen bien.

No importa que las comillas, paréntesis, guiones, rayas, diéresis, dos puntos y todos los demás signos de puntuación empleados para dar claridad a las ideas y evitar ambigüedades no se usen. No importa que la semántica utilizada sea pírrica y se entienda poco o nada de lo que significan las palabras parentéticas, parónimas, homófonas u homónimas. Ni tampoco importa, inicialmente, que la morfosintaxis sea inexacta y los sintagmas no cumplan las seis reglas de la oración, que no se manejen las proposiciones coordinadas o subordinadas, ni las oraciones compuestas, yuxtapuestas o distributivas. La existencia de tantos giros lingüísticos y especialmente de tantas normas, al principio, inhiben la creatividad, por eso se irá dejando su aprendizaje para cuando se haya emprendido el viaje lectoescritor. 

Lo importante para iniciar es tener una inspiración y escribir. Un amor fallido, un dolor intenso, una inmensa alegría o cualquier circunstancia simple o extraordinaria pueden estimular de repente o de manera persistente la imaginación y despertar en uno el deseo de escribir. Pues bien, hay que satisfacerlo, superar las limitaciones fruto de currículos educativos repetidores de discursos de otros, que reprimen la imaginación, la creatividad, la pregunta, la duda, la sospecha... y mediante una decisión autónoma y libre empezar a escribir sobre lo que se quiere y como se quiera.

No hay que pasar de lado en esta motivación a la escritura, que escribir estimula el pensamiento complejo y se aumenta el conocimiento al intentar organizar la realidad conjugando, distinguiendo, implicando y resignificando sus innumerables redes. 

Lo anteriormente dicho no tendría sentido si no se acepta, ex ante, que escribir es una forma de comunicación convencional, regida por normas y directrices sociolingüísticas propias de cada idioma, cuyo dominio solamente se adquiere escribiendo y en cuyo manejo el proceso educativo institucionalizado, primario, secundario y terciario, tiene mucha responsabilidad. 

El educando, luego profesional, toda persona debe aprender a escribir documentos sea en forma de ensayos, artículos, reseñas, ponencias, informes, cartas, discursos, proyectos… asunto que hace necesario despertar el interés personal por aprender más sobre la expresión escrita. Dominar este arte permite a las personas participar con mayor dignidad en el quehacer cotidiano.


Para esto se debe sacar la lectoescritura del deber ser. Es motivando el acto de escribir desde el campo del querer ser, del deseo, lo que permite a las personas, poco a poco, desear conocer y manejar las técnicas que inicialmente se dejaron de lado, apreciar el uso de la metáfora para expresar el mundo interior con belleza estética vistiendo las palabras con ternura, discernir sobre cuáles conectores o preposiciones usar, saber cuándo se comete o no vicios de lenguaje, redundancias o excesivo uso de gerundios, entender el adecuado uso de los tiempos verbales, las personas y concordancias. 

Esto permite, a imagen del tallador del caballo de piedra, que quien escribe reflexione luego sobre la calidad de los argumentos y arme cuidadosamente la arquitectura del escrito, iniciando el viaje sin retorno de la perfectibilidad lectoescritora y emerja su estilo propio. 

Es que escribir no es redactar. La redacción es el medio, no el fin. Escribir es organizar pensamientos, una acción humana sin reserva a favor de literatos o poetas. La escritura es de toda persona que desee recrearse a sí misma a través de su propio texto.

Bibliografía: LICEO CENTRAL FEMENINO. La vida el mejor texto lectoescritor. Pasto, 2000 DOMINGUEZ, Aura Esperanza. PERILLA, Ligia. Ortografía en contexto. Editorial Omega. Bogotá, 1989. JURADO, Fabio. BUSTAMANTE, Guillermo. Los procesos de la lectura. Cooperativa Editorial Magisterio. Bogotá, 1995 ANDRICAN, Sergio. Puertas a la lectura. Cooperativa Editorial Magisterio. Bogotá, 1995. UNIVERSIDAD MARIANA. Cuadernos de lectoescritura. Pasto, 1997 VASQUEZ, Fernando. La alegría de escribir. Revista.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
El primero es el Mio (Comentario)
Saludos.
Le quedó muy propio ese "recuperador de "chautala"" felicitaciones "por ese Negocio".

Anónimo Jose Erazo Guerrero

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