¡Hacéte el muerto!

¡Hacéte el muerto, hacéte el muerto! le gritaba a coro la multitud, alborozada con la encachada que el tercer toro “regalado” le metía a alguno de los remedos de toreadores, que envalentonados se lanzaban al ruedo a torear un astado lleno de brío en la corraleja de las fiestas patronales de la Virgen del Carmen en Cumbal.
Y algo de razón tenía esa especie de filosofía taurina de un pueblo en estado de celebración de fiestas patronales, pues en varios casos hacerse el muerto o sea quedarse quieto, les sirvió a los toreros que fueron tumbados por el tercer novillo, porque los otros dos fueron un fiasco, el primero se arrinconaba permanentemente, muerto de miedo, porque más de 20 toreros lo desafiaban. Llegando al punto de zurrarse. El animador del evento vociferaba por el parlante: retiren ese toro, retiren ese toro...
Luego soltaron otro novillo que simplemente ignoró a los toreros, llegando al colmo de dedicarse a comer hierba en medio de los envalentonados, los cuales, valga decirlo, cuando el animal hacía algún intento de perseguir con sus cortos cachos a alguno de ellos, corrían despavoridos a colgarse de la empalizada. Al final el toro cansado de tanto chuchinga, inteligentemente, empezó a caminar por la orilla de la corraleja, buscando por sí mismo la salida, le abrieron la puerta y se fue.
Pero el tercer novillo regalado al pueblo, casi un toro, se dedicó a lo suyo, a encachar a todo el que pudo. Y es que eran muchos los jóvenes toreros a los cuales se enfrentaba el toro, desafiándolo con chaquetas, camisas, ruanas o cobijas haciendo de capote. Hasta había uno que parecía capote de verdad, manejado con cierta habilidad por un ipialeño, el cual por cada pase al toro se ganó diez mil pesos, llegando a  recolectar unos sesenta mil pesos en menos de una hora.
No fue una tarde de toreo de capas, fue simplemente una corraleja, en la cual frente a un novillo asustado, los toreadores mostraron el alma humana, burlona y seria, desafiante y cobarde. El público  gozó tanto con el torero que pudo en varias oportunidades pasar el capote por el espinazo del novillo, como con las encachadas de otros cuatro más. En el intermedio de novillo y novillo, le correspondió al Guaicoso entretener a la población con sus chistes. Al final todo se redujo a encachadas de cuernos mochos y pisadas de toro.

Curiosa forma de gozar de los atrevidos que cuelgan su vida de los cuernos de un animal y de quienes miramos el espectáculo y que como en el fútbol, nos la pasamos criticando a toros y toreros, invadidos por la curiosidad colectiva de lo fantástico. 

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