María Clara
Al regresar al apartamento, sin María Clara, de
repente, sin más, sólo al ver la foto en conversación con ella que tengo como
fondo de pantalla, me invadió la pena. ¡Caracoles! No está Clarira. ¡Qué
peligro para el corazón! Hace mucho tiempo que no sentía ese nudo en el pecho
por una ausencia. Pero es que ella llegó con la fuerza arrolladora de un volcán
en erupción, y como un torbellino puso a girar todo en torno a sí, en especial
los afectos y las atenciones de todos los que la queremos.
Ella trajo a nuestra vida, el aliento y la
virtud perdidas sea por la edad, sea por la costumbre, pero como dice
Nietzsche: no hay más que esperar a los hijos y a los nietos, si hay tiempo
para la espera; ellos sacarán a la luz el alma de sus abuelos, el alma de que
sus mismos abuelos no se dieron cuenta. En estos días perfectos se posó sobre
nuestras vidas como un rayo de sol: miramos hacia atrás, miramos hacia
adelante, y nunca habíamos visto de una sola vez tantas y tan buenas cosas en
una sola persona.
Ella guarda para sí el saber de lo que son las
cosas antes que su nombre, ella le da su fe a las cosas, convierte lo más
trivial en aventura, esa es su libertad, solo después de curiosear algo,
pregunta: ¿Qué es eso? Es decir ¿Cómo se nombra? Ha construido ese afiligranado
arte del captar y comprender y aquel tacto para percibir matices que nadie ve. Sin
embargo, también le da sus propios nombres a las cosas y así las crea para
ella: no Arturo, si Arturini; no Fabiola, si Fabiolini; no mamá, si mamira; no
“a mí me contó”, si merotoc; no váyase, si yo me voy. Ella hace rodar las palabras a su antojo: ¡Jésus maría qué peligro!, ¿Ahora qué hacemos?, ¿Qué más tenemos?
Parafraseando a Nietzsche: ella es como el
genio del corazón, de cuyo contacto todos salimos más ricos, no agraciados y
sorprendidos, no beneficiados y oprimidos como por un bien ajeno, sino más
ricos de sí mismos, más nuevos que antes, removidos, oreados y sonsacados por un
viento tibio, tal vez más inseguros, más delicados, más frágiles, más
quebradizos, pero llenos de esperanzas que aún no tienen nombre, llenos de
buena voluntad y nuevo fluir, llenos de nueva contra voluntad y nuevo refluir.
Habrá que esperar pacientemente para volver a
tener entre nosotros a esa singular, traviesa, tierna y dulce niña; es posible que para esos días por
venir, “sapa, sapa” y zampoña ya no tengan la misma connotación. Nos
corresponde sólo la espera de nuevos significados.
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