Paz y territorio
El territorio es el aula
Escrito para el 8° Congreso Internacional y 4° Congreso Nacional Reflexionando
las disciplinas.
Universidad Mariana. Agosto de 2016
Paz y territorio en Gualmatán |
Ante todo,
debo hacer dos precisiones conceptuales que guiarán esta disertación: paz y
territorio, porque “La práctica se modifica cambiando la manera de
comprenderla” (Carr, pág. 82).
Primero: la
paz. De manera similar a que el amor no es la ausencia de odio, la paz no es la
ausencia de la guerra; “paz y amor”, viejo legado del mundo hippie de los años
setenta son, antes que metas a lograr, maneras de estar en el mundo. La paz, plantea (Maturana,
313), es un modo de vida, el resultado de un modo de ser de las personas, de
los países. En su obra El sentido de lo humano, afirma que el
amor no es ciego, sino visionario, puesto que permite “ver” al otro y abrirle
un espacio de existencia al lado de uno. No obstante, el gusto por la posesión
de las cosas del que los seres humanos hacemos gala, lleva a enajenarnos en la
agresión para defender una cosa, una verdad, unos intereses particulares,
excluyendo al otro mediante su negación, desplazamiento o muerte. Pero solo
existimos en el mundo que creamos con el otro. El amor es lo que permite la
existencia humana en el planeta. La paz está aquí y la buscamos por allá.
Segundo: el
territorio. De manera simple, es entendido como un espacio geográfico habitado
por seres humanos en el cual se desarrollan actividades sociales y económicas.
No obstante, de acuerdo a Sergio Sepúlveda (PNUD, 2011. pág. 32) el territorio
es “… un producto social e histórico -lo que le confiere un tejido social
único- dotado de una determinada base de recursos naturales, ciertas formas de
producción, consumo e intercambio, y una red de instituciones y formas de
organización que se encargan de darle cohesión al resto de elementos”.
Esta forma de
entender el territorio, permite explicar, a juicio del mismo Sepúlveda, la
intersectorialidad de la realidad y la necesidad de ser abordada mediante un trabajo
interdisciplinario; permite también entender mejor y articular: organización
económica - uso de recursos naturales -
organización social; facilita la cooperación de los actores locales para
un desarrollo más pertinente, y potencia la acumulación de conocimiento útil
que, democráticamente, puede ser utilizado para lograr un desarrollo más
armónico.
Los territorios,
definidos de esta forma, son básicamente rurales, integrados cada vez con mayor
profundidad a los centros urbanos que contribuyen a su globalización (léase su
homogeneización) y su pérdida de identidad.
Esto ha ido des-configurando
y re-configurando lo rural agregando a su interpretación categorías como: “La
cuestión rural”, el “campesinismo”, el “descampesinismo”, los “campesinos
viables”, el “indigenismo”, el “criollismo”, el “colonialismo”, el “decolonialismo”.
Pero esto es otro tema...
Queda claro,
entonces, que el territorio, en este caso, pertenece a la órbita de lo rural
donde conviven con sus respectivos intereses:
campesinos, negros e indígenas que conforman la población rural, especialmente
en Colombia, y que continúan existiendo como una base social que se niega a
desaparecer, aún en medio de las violentas disrupciones sufridas durante
décadas en sus territorios, en los cuales, tal como afirma (PNUD, 2011, pág.
29), “…lo rural y la sociedad que allí se forma han tenido que lidiar con dos
fenómenos particulares, que han influenciado en forma crucial su proceso de
cambio: el narcotráfico y el conflicto armado interno”.
Colombia se debate entre el poco empleo, la pobreza desmedida y el crecimiento
de ejércitos privados de gente armada, mal habida, dedicada a exterminar grupos
humanos que han pervivido por siglos en su territorio, pero que se oponen a sus
planes de control territorial. La disputa por la tierra en Colombia para usos
diferentes a la agricultura tradicional, como minería, cultivos ilícitos y
biocombustibles involucra a inversionistas, terratenientes, narcotraficantes y
grupos armados ilegales y ha generado despojo, desplazamiento forzado de grupos
de campesinos hacia las ciudades y una mayor concentración de la propiedad
rural.
No se mata a los campesinos por miles en cámaras de gas, se los mata por
grupos, ipso facto o lenta, pero inexorablemente, de hambre y dolor, por el
desplazamiento forzado, y por los niños que se llevan la guerrilla y los paras
para servir a sus intereses guerreristas. La población rural en Colombia lleva
la peor parte, sin representación política de sus intereses, con frágiles y
diezmadas organizaciones y dependencia total se sus cultivos para sobrevivir.
Monstruosos son los hechos que en Colombia ya van llegando a los 70 años
y que han dejado, por todo el país, ríos de sangre: desde las viejas guerras
entre liberales y conservadores, las de las guerrillas contra el Estado y ahora
las de guerrillas, paramilitares, bandas criminales y demás delincuentes contra
toda expresión social.
Contrario a lo que dice la
teoría planteada por Humberto Maturana, quien considera que la paz es un modo
de vida, el resultado de un modo de ser de las personas y de los países y no la
antítesis de la guerra, en Colombia no es posible hablar de la paz sin
hablar de la guerra que al parecer es nuestro modo de ser. De una guerra gota a
gota, contra la población civil de los territorios rurales, sin control, con
200.000 muertos, 25.000 desaparecidos, más de 6.000 niños reclutados y casi
siete millones de desplazados obligados a abandonar su territorio. Esta guerra,
llevada a cabo por grupos armados que para lograr un mayor status de terror,
pusieron de moda las masacres como una cultura de la venganza en especial entre
1995 y 2005. Una verdadera catástrofe
humanitaria, una espiral de violencia y olvidos sin fin.
El país no puede olvidar la larga lista de masacres cometidas, con la
peor sevicia, por los grupos paramilitares. Algunas de las cuales son: Segovia
en 1988; la Mejor Esquina en 1988, en la cual mataron a muchas personas con
violentas ráfagas, que prácticamente partían en dos a sus víctimas; la Rochela
en 1989; Mapiripán, en la cual durante cinco días del mes de junio de 1996, con
su acostumbrado estilo torturaban, desmembraban, evisceraban y degollaban a sus
víctimas; el Aro en 1997; Macapeyó en 2000 en la cual mataron a
garrote, piedra y machete a muchas personas; Chengue en 2011, en la cual
mataron a sus víctimas golpeándolas con morteros de hierro en la cabeza,
apuñalándolas y degollándoles; El Salado en febrero de 2000, donde en horrendos
tres días los paramilitares, bebiendo y saqueando la población, violaban
mujeres, torturaban, ahorcaban, degollaban, decapitaban, descuartizaban a sus
habitantes con moto sierras y jugaban fútbol con las cabezas de sus víctimas;
San José de Apartadó en 2005. Varias de estas masacres involucraron, en total complicidad,
al Ejército colombiano.
Tampoco se puede olvidar el
país de las masacres cometidas por la guerrilla: Tacueyó en 1985; Machuca en
1998, con 84 personas quemadas vivas tras la bomba al oleoducto; Bojayá en 2002,
en la cual lanzaron un cilindro bomba al interior de la iglesia donde se
refugiaba la población y mataron 119 personas; dos masacres de indígenas Awá en
Nariño en 2009.
Y sigue la larga lista de violencia:
Ejecuciones extrajudiciales jóvenes de Soacha (Cundinamarca), enero -
agosto de 2008; Masacre de policías en Jamundí (Valle del Cauca), 22 de mayo de
2006; Masacre en San Carlos, La Balastrera, El Sábalo, La Cristalina y Puerto
Colón (Putumayo), 26 de julio de 2005; Masacre en Buenaventura (Valle del
Cauca), 19 de abril de 2005; Masacre en San José de Apartadó (Antioquia), 21 de
febrero de 2005; Masacre en Caño Seco (Arauca), 5 de agosto de 2004; Masacre en
Bahía Portete (La Guajira), 18 de abril de 2004; Masacre en Naya (Cauca), 10 y
12 de abril de 2001; Masacre en La Gabarra (Norte de Santander), 2 de julio de
1999; Masacre del 16 de Mayo en Barrancabermeja (Santander), 16 de mayo de 1998;
Masacre en Ituango (Antioquia), 25 de octubre de 1997; Masacre en la Rochela
(Santander), octubre de 1987 y enero de1989; Masacre en Trujillo (Valle del
Cauca), 1986 – 1991; Desaparecidos del Palacio de Justicia, 6 y 7 de noviembre
de 1985 (Bogotá D.C.); Genocidio partido político Unión Patriótica.
Dolientes de muchas cosas, las
víctimas, llevadas al límite de sus privaciones, cansadas de tanto resistir, andan
con sus identidades territoriales perdidas, como pueblos en vías de extinción y
las que deberían seguir perviviendo como culturas vivas agonizan, sin discurso
y sin misión, en estrechos apartamentos de interés social en centros urbanos.
La guerra es por la tierra y el control territorial, donde el miedo se
convirtió en el común denominador de la vida cotidiana.Y nosotros en las ciudades,
como afirma José Bengoa, seguimos viendo la pobreza rural “… como falta de
modernidad. El desarrollo rural como llevar al campo la modernidad urbana; la
consigna subyacente es la urbanización del campo”.
En la ciudad conocemos a verdugos y sacrificados, a víctimas y
victimarios, es posible hasta convivir con los verdugos en la misma cuadra, en
el mismo barrio, porque no tienen el perfil físico del malo o del desquiciado,
tienen rostros bonachones, hasta tienen hijos, pero han sido capaces de
provocar privaciones, desesperanza, indigencia y empobrecimiento de la gente en
Colombia.
Venga de donde viniere la barbarie en Colombia, los carniceros, muestran
una total pérdida de respeto por la vida, amén de un monstruoso y enfermo gusto
por el dolor ajeno. Arrastrados van, torturadores, víctimas y sobrevivientes a
una inenarrable historia, por cuanto hablar del número de muertos es un asunto
fácil, pero haber vivido la horrible noche y sobrevivido a ella es incontable. Bien
lo expresó Paul Ricoeur: “Entre vivir y narrar existe una separación, por
pequeña que sea. La vida se vive, la historia se cuenta”.
“Considero -decía Enrique Buenaventura-
que la guerra de ellos ha sido muy larga y en una guerra tan larga la
gente se acostumbra, tanto el que la vive, el que la hace, como el que la
padece. Es grave acostumbrarse a la guerra” (Bautista, Pág. 85). Y termina como
si hablara hoy mismo: “El presidente tiene razón en seguir por ese camino, por
el de las conversaciones, por más que lo ataquen, porque la guerra no la ganan
ni las guerrillas ni los militares, se puede eternizar y por eso es mejor
dialogar, conversar, llegar a ciertas conclusiones” (Bautista, Pág. 86).
Alfredo Vázquez Carrizosa decía: “Hay una cuestión de educación, de
ambiente del país que hace que vivamos en un clima desastroso. Impunidad total.
Aquí los criminales hacen lo que quieren y nadie los castiga. Nadie persigue a
los hampones. (…) Este país se ha dañado mucho. Aquí matan todos los días, lo
leemos en el periódico” (Bautista, Pág. 143).
Es que cada uno de los colombianos contribuye con sus
conductas o sus esquemas mentales a mantener la situación violenta
A respecto, el pintor Antonio Roda afirmaba: “En la calle por ejemplo,
el chofer de bus era el que tenía la vía, él mandaba, y si yo tenía la razón no
podía hacer nada. No podía decirle que parara en los paraderos o que él debía
ir por la derecha y no en zigzag. ¿Por qué? Porque el señor que maneja el bus
hace lo que se le da la gana, porque tiene la fuerza, porque nadie lo castiga.
Y ésta situación se puede extrapolar a todos los ámbitos de la vida, hay
como un fermento de miedo (…) lo que hay es un símil de justicia que permite
que todos hagan lo que se les dé la gana. Un nivel de desorden que es muy
desagradable, que se acrecienta cuando se dan fenómenos como el narcotráfico
que lo corrompe todo” (Bautista, Pág. 21).
Y esta perla de Roda: “Y volviendo a la violencia, hace veinte años
conocí a una señora muy bien puesta, muy maquillada, que me decía que en este
país no se podía vivir, que no podía ir a la finca, que no podía dejar a sus
hijos solos en las fiestas porque los secuestraban, y yo no entendía lo que
ella hablaba. Con el paso del tiempo los hijos se casaron, tienen hijos, la
señora es abuela y sigue igual de bien puesta y diciendo lo mismo” (Bautista,
Pág. 26).
Docente y estudiante |
Orlando Fals Borda sostenía que “… en el fondo, lo que he visto en todos
estos años es una degradación de la dirigencia política y también de la
dirigencia económica, religiosa, militar, educativa. Óigase bien, que estoy
hablando de la dirección porque este ha sido un proceso de arriba hacia abajo,
se ha producido un desbarajuste. Porque no han sido los campesinos, los negros,
los indígenas, las mujeres ni los jóvenes los que se han pervertido; al
contrario, estos grupos son los que han sufrido las consecuencias de esos
cambios, de esa crisis que yo creo que es una crisis moral (…) mientras no se
cambie esa clase política, esa clase dirigente mala que no nos ha servido,
vamos a seguir abajo, en el fondo del abismo” (Bautista, Págs. 132-133).
Jorge Regueros Peralta afirmó que “podemos decir que los últimos veinte
años han sido para este país, los del despeñadero total y los de la
descomposición” (Bautista, Pág. 223).
¿De
dónde viene tanta violencia?
“Gran parte de esta
violencia que nosotros tenemos –afirmaba Manuel Zapata Olivella- es el aporte
de la violencia que se dio en América por la conquista y durante la colonia con
el tráfico de negros africanos, y no esclavos, porque ellos nunca se sintieron
como tales” (…) Los problemas nacionales que en este momento estamos viviendo
por unos salarios bajos, por el desempleo, son consecuencia del colonialismo,
de un enfrentamiento violento, no de las comunidades indígenas entre sí o con
las comunidades afro, sino de ellas con los colonizadores. Se está hablando que
es necesario definir a través de una nueva constitución las relaciones
políticas, sociales y económicas, pero todo lo que sabemos se está poniendo
dentro de las perspectivas del capitalismo que es la base del colonialismo”
(Bautista, Pág. 107).
En el siglo XIX estallaron en Colombia diez guerras civiles y más de cuarenta
conflictos provinciales cuando el territorio colombiano era una federación:
En 1812 se presentó la guerra civil entre federalistas y centralistas,
la llamada patria boba, que terminó con el triunfo del centralismo. Esta guerra
permitió la reconquista española en 1815.
En 1831, al finalizar la dictadura de Bolívar, se presentaron varios
movimientos en contra del general Rafael Urdaneta, por considerar que
representaba los intereses de los venezolanos y no de los granadinos.
En 1840 se dio la guerra de los supremos o conventos, una guerra liberal
contra el gobierno de José Ignacio de Márquez que quería imponer el federalismo.
El resultado: mayor centralización política.
En 1851 se presentó la guerra civil de los conservadores en contra del
gobierno de José Hilario López. Los conservadores peleaban, porque el gobierno liberal
abolió la esclavitud.
En 1854 se volvió a presentar otra guerra civil. En este caso entre dos
facciones liberales: los Gólgotas, comerciantes que querían imponer un régimen
de libre cambio y los Draconianos que representaban el proteccionismo aduanero
reclamado por los manufactureros y artesanos.
En 1860 los liberales se alzaron en armas en contra del gobierno
conservador de Mariano Ospina Rodríguez. Así llegó al poder al “Mascachochas”
Tomás Cipriano de Mosquera. En este gobierno se organizó el estado en forma
federal.
La guerra civil de 1876 fue llevada a cabo por el partido conservador
contra el gobierno liberal de Aquileo Parra. Una facción liberal, los
independientes, apoyaron al conservador Rafael Núñez y el conservatismo regresó
al poder.
La guerra civil de 1883 se desarrolló contra Núñez quien quería echar
abajo la constitución federalista y organizar el estado de una forma
centralista y autoritaria. La guerra la perdió Santiago Pérez, representante
del olimpo radical. El resultado fue la hegemonía conservadora.
En un intersticio, la nueva Constitución política de
agosto 5 de 1886 iniciaba el articulado con este preámbulo, corto y
contundente: “En nombre
de Dios, fuente suprema de toda autoridad…”. Un año después se consagró el país
al Sagrado Corazón de Jesús para lo cual se“(…) pasa por un proceso de ratificación de su
carácter religioso y todopoderoso ante el cual impetrar el auxilio divino. Y
asume un carácter cívico en virtud del cual los intereses del corazón de Jesús
y los del Estado son los mismos. De la fórmula de consagración de la República
en 1902, que se lee todos los años, cuando se ratifica tal consagración, debe
citarse: .....Dignaos aceptar, corazón santísimo, este voto nacional como
homenaje de amor y gratitud de la nación colombiana; acogedla bajo vuestra
especial protección, sed el inspirador de sus leyes, el regulador de su
política, el sostenedor de sus cristianas instituciones, para disfrutar del don
precioso de la paz ...”
Esta consagración se hizo mediante plebiscito nacional
impulsado por el partido conservador y la iglesia católica. “En esta fecha 1897, culmina el llamado plebiscito
nacional realizado mediante la consagración de un altísimo número de municipios
al corazón de Jesús. Se inició a finales de 1891, consagrándose municipios desde
Riohacha hasta Ipiales y Barbacoas; desde Panamá hasta Arauca y desde allí a
Mocoa, proceso que abarca toda la geografía nacional. Las consagraciones son un
acto político”. Este asunto muestra una de las facetas perversas de la política Colombiana y de los colombianos, los cuales
luego de consagrase al Sagrado Corazón de Jesús (léase: luego de entregar la
responsabilidad de la paz al Corazón de Jesús), inauguraron la más violenta
guerra entre conservadores y liberales desangrando al país.
En 1895 se presentó otra guerra civil de los liberales en contra del
gobierno dictatorial del conservador Miguel Antonio Caro. La guerra la
perdieron los liberales.
En 1899, los liberales lanzaron y perdieron nuevamente la guerra, en
este caso contra el desgobierno del conservador Manuel Sanclemente, en la
denominada Guerra de los mil días. Esta guerra firmó la paz en 1902 bajo la
amenaza yanky que venía a separar Panamá. Así llegó el siglo XX a Colombia.
“Los movimientos
guerrilleros hicieron su aparición entre 1950 y el 2000. El Banco de la
República sostiene que “La violencia desatada contra los
campesinos liberales los obligó a organizarse en guerrillas para resistir. Con
el golpe de Estado de 1953 y la tarea pacificadora del gobierno de Rojas
Pinilla, las guerrillas liberales depusieron las armas. Diez años después,
comandadas por Manuel Marulanda Vélez, surgieron en Marquetalia guerrillas de
tipo campesino y revolucionario, que se formaron con el nombre de Fuerzas
Armadas Revolucionarias de Colombia, Farc. Un año después se creó el Ejército
de Liberación Nacional, Eln, y en el resto del siglo aparecieron y
desaparecieron distintos grupos guerrilleros; pero las Farc y el Eln se han
mantenido por cerca de cuarenta años”.
En el Frente Nacional se aniquilaron los partidos y
el poder se repartió entre liberales y conservadores. Esto sucedió entre 1957y
1974.
“Ese
proceso – afirmaba Apolinar Díaz Callejas -refiriéndose a la violencia
liberal-conservadora- culminó en el Frente Nacional. A la situación que hoy
vivimos llegamos por dos motivos: la impunidad y la connivencia con el crimen.
Los crímenes que se cometieron en la violencia conservadora- liberal entre los
años 1947 y 1953 no tienen nombre en la historia de las monstruosidades que se
han cometido en el mundo entero (…). Hacer la paz con una regla: perdonar
a todos los delincuentes. Pero el hábito de matar, de asesinar, de cortarle la
oreja a la gente, la nariz, del estilo <corbata francesa>, que consistía
en meter el cuchillo por el cuello y sacarlo por el pecho; del corte de
franela, del crimen <que no quede ni la semilla>, que era tomar a las
mujeres embarazadas y arrancarles el feto; repito, ese hábito flota en el
ambiente porque todas esas atrocidades quedaron sin castigo” (Bautista, Págs.
52 y 53). “Mi tesis- decía - es que allí arranca la desgracia de Colombia.
Responsables: las clases dirigentes colombianas, la burguesía, los
terratenientes, los grandes comerciantes, los políticos conservadores, la
Iglesia” (Bautista, Pág. 56).
Hablando ya de los tiempos que nos ha tocado vivir, Augusto Aguirre
sostenía que “El cuerpo social colombiano está degradándose por una razón: la
injusticia, la falta de equidad, el atropello, la miseria, la prepotencia de
los opulentos. La guerra es un producto de todo esto. Una sociedad en
delincuencia por generaciones” (Bautista, Pág. 75). “El dolor físicamente
tiende a anestesiar; cuando el dolor es muy grave dejas de sentir, te
anestesias, y ésta sociedad desgraciadamente se ha ido anestesiando, se ha
puesto sobre el corazón una capa de asbesto para que no la quemen las rabias”
(Bautista, Pág. 77).
Representantes de Organizaciones de la sociedad civil |
Salir del abismo
¿Cómo es posible
pensar en el papel que la educación puede jugar para reconstruir sobre el
horror que deja una guerra no declarada en los territorios rurales? ¿Por qué no
pensar en la educación como una exigencia para construir paz en Colombia?
Es preciso pensar en el papel que la educación ha jugado en el conflicto
colombiano y el que estaría llamado a jugar para contribuir a que el país pueda
salir de él. La racionalidad moderna, en la cual estaban puestas todas las
esperanzas, se ligó con la violencia irracional (como la policía y el ejército,
puestos del lado de los criminales), y ésta fatal imbricación se expandió
universalmente al lenguaje y sistemas simbólicos de nuestra cultura. En
Colombia, entonces, corresponde conversar sobre educación para verdugos y
sacrificados.
Se puede lanzar la queja al mundo del abandono a que está sometida la
educación en Colombia, dedicada por más de una década a desarrollar
competencias para la empleabilidad y pocas para ascender en humanidad, y rajada
en ambas.
Jaime Jaramillo sostenía que “(…) Si se hace la paz, si se logra un
acuerdo político consistente, si se hacen las reformas más urgentes, salimos
adelante. El país tiene problemas muy serios que infortunadamente no se
resuelven en forma rápida y en un plazo muy corto. Pero dadas esas condiciones
de paz, de arreglo político, pues la perspectiva cambia y la posibilidad de
solucionar los problemas estructurales del país tiene un futuro positivo”
(Bautista, Págs. 202- 203).
“Un principio de cambio -afirmaba Carrizosa- es que se firme un acuerdo
de paz. Pero de ahí en adelante habría que arreglar muchas cosas. Lo local y
departamental hay que arreglarlo. Hace falta población civil para que trabaje
en los campos. Hace falta estar de acuerdo en restablecer unas reglas de
comportamiento para una vida decente. Hay que darle trabajo a los desempleados
(…) Es necesario que haya una nueva clase dirigente (…) Inventamos teorías,
muchas teorías, pero no hemos sido capaces de cambiar nada” (Bautista, Pág.
145).
“En mi familia- sostenía Maruja Viera- reinó siempre algo de lo que se
está hablando mucho ahora, el perdón. Vamos a encontrar la luz, de eso no me
cabe la menor duda, porque en este país hay gente maravillosa, lo que sucede es
que se habla poco de ella, se tiene muy poco en cuenta; si hubiera un poco más
de interés en lo que esa gente buena hace, las cosas sería a otro precio.
Vivimos momentos muy duros, hay cosas horrendas, pero también hay cosas buenas,
hermosas, creativas, y si se hiciera énfasis en ellas, la sensación seria otra,
podríamos encontrar más fácil el camino hacia la luz. El túnel ha sido muy
largo, por lo menos llevo cincuenta años en él. El desajuste social de este
terrible caldo de cultivo ha estado ahí latente” (Bautista, Pág. 125).
“He dicho varias veces- decía Aníbal Patiño- que me gustaría pensar que
vendrá un tiempo de maduración que no sabemos si va a conducir a una cesárea o
a un parto normal, no sabemos si la criatura va a salir grande, sin dolores de
parto. Creo que esta cadena de muerte es lo más grave que nos ha podido
suceder. Porque no podemos aceptar que haya muertos buenos y muertos malos,
porque una sociedad no se puede dar el lujo de malbaratar el recurso más
importante que tiene, que es la vida del ser humano (…) Esta situación caótica,
desesperanzadora y trágica no me inhibe para seguir luchando por las cosas que
creo, y seguir trabajando por una sociedad mejor hasta que se apague la vela”
(Bautista, Pág. 161).
Esta impronta nacional amerita una
reflexión sobre el papel que la educación jugará en el nuevo escenario de
desmovilización, reincorporación y reintegración a la vida civil de miles de
combatientes, porque del pasado los hechos lo demuestran: la violencia superó
la educación… y la religión. Es paradójico que un país católico y educado haya
alcanzado tal grado de deshumanización. Eso ha generado un ambiente grosero y
perverso, un ambiente en el cual no es posible el desarrollo humano porque la
gente hace el esfuerzo de educarse no para ser mejor, sino para competir, para
ganar más, para ascender socialmente, y a eso le hace juego la educación a todo
nivel. Además, los colombianos, pobres y
ricos, se han ido acostumbrando al dinero fácil, mal habido; la justicia se ha
prostituido en todos los niveles; la política es sinónimo de corrupción.
Por eso es imperativo que, ahora sí,
ad portas de un acuerdo de paz, la
educación juegue un papel primordial en la construcción de paz aportando al
desarrollo humano, a la construcción de personas humanas.
Unas preguntas
obligatorias
¿Qué es lo que permite al ser humano caer
estrepitosamente a niveles infrahumanos? y ¿qué puede hacer la educación superior
para contribuir a enrumbar el país por un sendero de paz que no para lograr
mejores personas en una sociedad construida mediante un sistema inicuo,
injusto, que menosprecia al más débil?
¿Cuál es el perfil psicológico de los asesinos colombianos, hijos en su
mayoría, sino en su totalidad, de hogares con valores morales, creyentes en
Dios? ¿Cuáles son los mecanismos que transforman un hombre en una máquina
violenta e irreflexiva, sin ninguna misericordia, para poder actuar sobre ellos
con la educación?
¿Qué
hacer para que crean en la paz quienes no la han vivido?
Las causas de tanta iniquidad no se deben buscar en las víctimas sino en
los victimarios. “Los únicos culpables son quienes, sin misericordia,
descargaron sobre ellos su odio y agresividad” (Adorno, 1993). Pero ¿es en ellos en quienes debe actuar la
educación como una práctica reflexiva de sus acciones como plantea Adorno?
En El valor de educar (Savater,
1997) afirma que frente a la violencia, no se puede
andar con hipocresía, puesto que es inherente al ser humano y que así como hay
una indeseable que la educación debe ayudar a prevenir, también hay otra
inevitable que es necesario contribuir a encauzar. La violencia pasa de
generación en generación: los jóvenes son violentos, porque también lo fueron
sus padres, abuelos y tatarabuelos. La sociedad humana no puede existir exenta
de violencia, puesto que es un componente de la condición humana, el cual debe
ser, en palabras de Savater “compensado y mitigado racionalmente por el uso de
nuestros impulsos no menos naturales de cooperación, concordia y ordenamiento
pacífico” (Savater, 85). Es que en medio de tanta sevicia y abyección se nos
olvida que lo que permite la pervivencia del ser humano en el planeta es
precisamente el amor, no la guerra. En El
Sentido de lo Humano (Maturana, 1997), afirma que el amor no es el
resultado de lo social, de la convivencia sino al revés, lo social y la convivencia
entre seres humanos surgen del amor.
La educación debe ayudar a entender que a la violencia, tarde o
temprano, se responde con violencia, en una cadena cruel que la hace temible y
evitable (Savater, 86). Bruno Bettelheim, citado por Savater, propone una línea
a seguir por los maestros con sus estudiantes: “Si permitimos que los niños
hablen francamente de sus tendencias agresivas, también llegarán a reconocer la
índole temible de tales tendencias (…). De esta manera, la educación puede
inspirar el convencimiento de que para protegerse a uno mismo y para evitar
experiencias temibles, hay que afrontar constructivamente las
tendencias a la violencia, tanto las propias como las ajenas” (Savater, 86,
87).
El rescate del amor, como el origen de la vida humana, y un enfoque
realista, no hipócrita, de la violencia en la educación, son esenciales dadas
las características de la maldad a que se ha llegado y de la cual todos los
colombianos, desde los más pequeños hasta los más viejos, somos testigos.
En la educación, desde la familia hasta la postgraduada, está gran
parte de la responsabilidad para la construcción de paz en los tiempos de
postconflicto, especialmente en la creación de un ambiente propicio ético y
estético, porque “O se vive en el bienestar estético de una
convivencia armónica, o en el sufrimiento de la exigencia negadora continua”
(Maturana 1995. Pg. 23), un ambiente que posibilite la conversación humana, que
rescate las palabras fracturadas y nos saque de los mundos tristes, de la
pobreza de símbolos, para el desarrollo de todos y cada uno de los colombianos
“(…) porque la vida no es caótica, y descubres que
la armonía del vivir se hace en la convivencia, en la aceptación del otro”
(Maturana, 1995. Pg. 21),
asunto imposible hoy, pero que de hacerlo cambiaría radicalmente la vida en
Colombia. Una educación a la cual no le importe solo la instrucción, la
adquisición de competencias, el control de la maldad, sino el desarrollo humano como espacio de
libertad.
La sociedad colombiana actual vive una crisis de sentido, de orientación
y significado. ¿Por dónde coger? ¿Para
dónde ir ante la ausencia de sentido de la acción colectiva? No se puede salir
de la crisis con la misma forma de pensar y las mismas conductas que la
generan. La crisis se acentúa por la vigencia de factores culturales
(subjetivos e intersubjetivos) en la gestión del desarrollo.
En este contexto y el de la firma del Acuerdomediante el cual sale del
escenario el más viejo grupo guerrillero del país, es preciso preguntarse: ¿cuál
es el papel que la universidad va a cumplir como respuesta a los cambios y
circunstancias históricas que afectan la sociedad colombiana de hoy?
Ya no se puede tomar todo el tiempo para reflexionar, es preciso actuar
con celeridad.
Vivimos un tiempo umbral, de crisis, en el cual coexiste lo viejo con lo
nuevo sin mucha fortaleza. Viejo: lo disciplinar en la educación; nuevo lo
interdisciplinar y transdisciplinar; viejo lo violento, marcador de una época;
nuevo, la esperanza.
Pero la universidad mantiene todavía su enfoque urbano centrista,
mantiene también sus facultades, sus programas separados entre sí tanto en lo
organizacional como en lo curricular. Esto tiene como implicación negativa una
mirada interpretativa del campo como lo estancado, como lo deprimido, sin mayor
participación en la economía y se cambia la comprensión del campesino: ahora es
el pobre. Ya no se habla de la cuestión campesina o de la pobreza rural, sino
de los pobres que viven en el campo (Bengoa. Pág. 77). Y no crean que solo es
un juego de palabras.
Las disciplinas solas, se van volviendo largas y terminan obsoletas. El
conocimiento no está asentado en las disciplinas. Todo conocimiento nuevo es
transdisciplinar e interdisciplinar. El reto de PyT hacia afuera es construir
una interdisciplinariedad en la acción, y, hacia adentro, contribuir a una
ruptura: colectivizar, avanzar, es decir disminuir los contenidos
profesionalizantes e incrementar habilidades genéricas, como sistema modular de
créditos flexibles.
Es que un profesional hoy, además de manejar su disciplina, debe ser
capaz de: leer críticamente, trabajar en grupo, hablar bien en público, hacer
reportes, elaborar protocolos de investigaciones, administrar recursos,
elaborar y gerenciar proyectos, trabajar interdisciplinariamente, manejar
procesos y procedimientos de calidad total, formular hipótesis, construir
conceptos, construir textos narrativos y argumentativos, hablar inglés...
Capacidades interdisciplinares al infinito, y no conseguidas solamente en
educación continua, sino a través de aprendizaje significativo, precisamente en
el aula profesionalizante.
A esto le apunta la Universidad con el Programa Paz y Territorio. Se
persigue unas prácticas interdisciplinares en los municipios, mediadas por la
ejecución de un proyecto de mediano plazo (Que dura el período de gobierno) en
beneficio de la población, inscrito en el plan de desarrollo, que permita
trabajar juntos a estudiantes de los diferentes programas. El estudiante no es
el director del proyecto, es la alcaldía. El estudiante va a cooperar.
Es un proyecto educativo, mediado por una unidad didáctica, una unidad
pedagógica de la esperanza que orienta el quehacer de los practicantes y
asesores de práctica inmersos en el territorio y permite el aprendizaje. Ahora
el territorio es el aula que contribuye al aprendizaje práctico. No vamos al
territorio a hacer parte de la política, vamos como ciudadanos activos a la
construcción de paz como la mejor manera de estar en el mundo. Se trata de
mostrar que desde cualquier oficio, desde cualquier actividad se puede aportar
a la construcción de un nuevo país y hacerlo bien; se trata de aportar a la
salud del país porque un enfermo no puede avanzar; se trata de ayudar a
construir nuevas narrativas y quitarnos de encima las gramáticas de corrupción,
violencia, inequidad, narcotráfico. Se trata de volver a lo rural, a fortalecer
los activos ocultos en los territorios.
Como se puede deducir el Programa P&T posibilita la sensibilización
in situ del educando acerca de las potencialidades de los territorios y también
de sus inequidades; posibilita también una relativización de conocimientos
mediante la ecología de saberes o la justicia cognitiva, que permite entender
que los universitarios no somos los dueños del conocimiento, pues la comunidad
tiene un conocimiento práctico acumulado igual de importante. Posibilita también
ver las alcaldías como pares de las universidades en la formación. El
estudiante entenderá, pues hará parte de él, que el desarrollo es territorial y
es interdisciplinario.
Referencias
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educación después de Auschwitz. En Consignas. Buenos Aires: Amorrortu.
Bautista M. (2002) Palabras de los mayores. Intermedia Editores. Bogotá
Bengoa J. (2003). 25 años de estudios rurales. En Sociologías, vol 5, nún. 10. Universidades Federal do Rio Grande do Sul. Brasil.
Carr, Wilfred. (1988) Teoría crítica de la
enseñanza. Martínez Roca. Barcelona
Henríquez
de H, C. El sagrado Corazón de Jesús
en la historia de Colombia. Cecilia Henríquez de Hernández. Recuperado de: http://www.bdigital.unal.edu.co/42081/1/12112-30691-1-PB.pdf (25 de marzo de 2016
Maturana, H. (1997). El
sentido de lo humano. Santiago de Chile: Comunicaciones noreste
Ltda.
PNUD, (2011). Colombia rural. Razones para la
esperanza. Informe nacional de desarrollo humano 2011. Bogotá: INDH PNUD,
septiembre.
Ricoeur, P. (1999). Narratividad e
historia. Barcelona
Savater, F. (1997). El valor de educar. Barcelona:
Ariel.
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