Violentos pero religiosos
Ensayo inspirado en la
lectura del libro Palabras
de los mayores escrito por Bautista G, M. en 2002.
Este escrito intenta
acercarse a un ensayo partiendo a modo de tesis de la gran paradoja nacional: la
desastrosa, y esperanzadora a la vez, situación de violencia y descomposición
social que vive el país. Desastrosa puesto que al unísono con Jorge Regueros
Peralta “Podemos decir que los últimos
veinte años han sido para este país, los del despeñadero total y los de la
descomposición” (Bautista, Pág. 223); pero como la cita data de 2002, es
posible afirmar que en los últimos 30 años la situación social, política,
económica, ambiental, ética y en general de desarrollo humano de Colombia es
peor aún. Este contexto, de violento y fracasado capitalismo, se ha ido
tejiendo con los hilos de las constantes vulneraciones a la vida y los derechos
de la gente, especialmente del sector rural, y se ha convertido en una gran
barrera para alcanzar mejores niveles de desarrollo humano. Alfredo Vázquez Carrizosa
refiriéndose a la situación decadente del país decía: “Hay una cuestión de
educación, de ambiente del país que hace que vivamos en un clima desastroso.
Impunidad total. Aquí los criminales hacen lo que quieren y nadie los castiga
(…) Este país se ha dañado mucho. Aquí matan todos los días” (Bautista, Pág.
143). Paradójicamente la situación es esperanzadora en la medida que los
diálogos de La Habana entre el gobierno de turno con las autodenominadas
Fuerzas revolucionarias de Colombia –FARC-
culminaron con la firma del Acuerdo de paz y, en medio de críticas y
alabanzas de los bandos políticos, los colombianos esperan la salida de los
actores armados ilegales más viejos del país, cosa que a la educación, en todos
sus niveles, da la impresión de no afectarle, como si estas cosas pasaran sin
que tengan que ver con ella.
Pero, precisamente en la
educación, desde la recibida en la familia hasta la postgraduada, está gran
parte de la responsabilidad para la construcción de paz en los tiempos de postconflicto,
especialmente en la creación de un ambiente propicio ético y estético, porque “O se vive en el
bienestar estético de una convivencia armónica, o en el sufrimiento de la
exigencia negadora continua” (Maturana 1995. Pg. 23); un ambiente que posibilite
la conversación humana, que rescate las palabras fracturadas y nos saque
de los mundos tristes, de la pobreza de símbolos, para el desarrollo de todos y
cada uno de los colombianos “(…) porque la vida no es
caótica, y descubres que la armonía del vivir se hace en la convivencia, en la
aceptación del otro” (Maturana, 1995. Pg. 21),
asunto imposible hoy, pero que de hacerlo cambiaría radicalmente la vida en
Colombia. Una educación a la cual no le importe solo la instrucción, la
adquisición de competencias, el control de la maldad, sino el desarrollo humano como espacio de
libertad.
La traza
nacional: violentos pero religiosos.
García Márquez definía al colombiano diciendo
que:
“En
cada uno de nosotros cohabitan, de la manera más arbitraria, la justicia y la
impunidad; somos fanáticos del legalismo, pero llevamos bien despierto en el
alma un leguleyo de mano maestra para burlar las leyes sin violarlas, o para
violarías sin castigo. Amamos a los perros, tapizamos de rosas el mundo,
morimos de amor por la patria, pero ignoramos la desaparición de seis especies
animales cada hora del día y de la noche por la devastación criminal de los
bosques tropicales, y nosotros mismos hemos destruido sin remedio uno de los
grandes ríos del planeta. Nos indigna la mala imagen del país en el exterior,
pero no nos atrevemos a admitir que la realidad es peor. Somos capaces de los
actos más nobles y de los más abyectos, de poemas sublimes y asesinatos
dementes, de funerales jubilosos y parrandas mortales. No porque unos seamos
buenos y otros malos, sino porque todos participamos de ambos extremos. Llegado
el caso —y Dios nos libre— todos somos capaces de todo” (García, 1994, p. 16).
Los orígenes de esta traza se pueden
encontrar, Según Manuel Zapata Olivella en “(…)
el aporte de la violencia que se dio en América por la conquista y durante la
colonia con el tráfico de negros africanos (…) Los problemas nacionales que en este
momento estamos viviendo por unos salarios bajos, por el desempleo, son
consecuencia del colonialismo, de un enfrentamiento violento, no de las
comunidades indígenas entre sí o con las comunidades afro, sino de ellas con
los colonizadores. Se está hablando que es necesario definir a través de una
nueva constitución las relaciones políticas, sociales y económicas, pero todo
lo que sabemos se está poniendo dentro de las perspectivas del capitalismo que
es la base del colonialismo” (Bautista, Pág. 107). Olivella, como se puede leer,
contrae metonímicamente el pasado para poder explicar, mediante la herencia
colonialista, este presente violento y pone en guardia al lector al plantear
que las soluciones se proponían en las entrañas del sistema capitalista,
heredero del colonialismo. Traza así una ruta para entender la herencia de
violencia e injusticia pero al tiempo advierte que cualquier solución a
aplicarse dentro del capitalismo nace muerta porque “(…) es capaz de perpetuar,
acumular y exacerbar conflictos de vieja data y generar algunos de nuevo cuño,
sobre cuyos impactos presente y futuros sus protagonistas no parecen tener
control ni voluntad para asumir las consecuencias y responsabilidades” (PNUD,
pág. 44). Estos argumentos llevan la discusión al corazón mismo del estado
capitalista.
De la fórmula de consagración de la República en 1902, que se leía todos los años, cuando se ratificaba tal consagración, se cita: .....Dignaos aceptar, corazón santísimo, este voto nacional como homenaje de amor y gratitud de la nación colombiana; acogedla bajo vuestra especial protección, sed el inspirador de sus leyes, el regulador de su política, el sostenedor de sus cristianas instituciones, para disfrutar del don precioso de la paz ...” (El sagrado Corazón de Jesús en la historia de Colombia. Cecilia Henríquez de Hernández. Recuperado de: http://www.bdigital.unal.edu.co/42081/1/12112-30691-1-PB.pdf (25 de marzo de 2016).
Esta consagración se
hizo mediante plebiscito nacional impulsado por el partido conservador y la
iglesia católica. “En esta fecha 1897, culmina el llamado plebiscito nacional
realizado mediante la consagración de un altísimo número de municipios al
corazón de Jesús. Se inició a finales de 1891, consagrándose municipios desde
Riohacha hasta Ipiales y Barbacoas; desde Panamá hasta Arauca y desde allí a
Mocoa, proceso que abarca toda la geografía nacional. Las consagraciones son un
acto político”. (Cecilia Henríquez de Hernández). Este asunto muestra una de
las facetas perversas de la política Colombiana y de los colombianos, los cuales
luego de consagrase al Sagrado Corazón de Jesús (léase: luego de entregar la
responsabilidad de la paz al Corazón de Jesús), inauguraron la más violenta
guerra entre conservadores y liberales desangrando al país. Apolinar Días
Callejas la sintetizó así: “Los crímenes que se
cometieron en la violencia conservadora- liberal entre los años 1947 y 1953 no
tienen nombre en la historia de las monstruosidades que se han cometido en el
mundo entero (…). Hacer la paz con una regla: perdonar a todos los
delincuentes. Pero el hábito de matar, de asesinar, de cortarle la oreja a la
gente, la nariz, del estilo <corbata francesa>, que consistía en meter el
cuchillo por el cuello y sacarlo por el pecho; del corte de franela, del crimen
<que no quede ni la semilla>, que era tomar a las mujeres embarazadas y
arrancarles el feto; repito, ese hábito flota en el ambiente porque todas esas atrocidades
quedaron sin castigo” (Bautista, Págs. 52 y 53). Y culpa también a esta
violencia de la situación actual de impunidad y
connivencia con el crimen.
Después vendría la Constitución del 91 a propósito de la entrega de las armas del M-19, y en seguida el recrudecimiento de la violencia y el narcotráfico a manos de la guerrilla, los paramilitares y el ejército; el recrudecimiento de la impunidad, la pobreza, las migraciones internas, el despojo de tierra, el control de los territorios, superando con creces las atrocidades de la guerra liberal conservadora. Los hechos violentos no mienten, la sevicia con que los criminales actuales acaban con la vida de seres humanos en campos y ciudades parece no tener parangón sino con los peores hechos atroces del mundo. Al tiempo que se degrada el victimario, desaparecen vidas humanas. En este contexto ha firmado la paz con el actor armado más viejo porque Colombia no puede continuar acabando con su capital más preciado: la vida de las personas que conforman el país y el medio ambiente que la sostiene.
Después vendría la Constitución del 91 a propósito de la entrega de las armas del M-19, y en seguida el recrudecimiento de la violencia y el narcotráfico a manos de la guerrilla, los paramilitares y el ejército; el recrudecimiento de la impunidad, la pobreza, las migraciones internas, el despojo de tierra, el control de los territorios, superando con creces las atrocidades de la guerra liberal conservadora. Los hechos violentos no mienten, la sevicia con que los criminales actuales acaban con la vida de seres humanos en campos y ciudades parece no tener parangón sino con los peores hechos atroces del mundo. Al tiempo que se degrada el victimario, desaparecen vidas humanas. En este contexto ha firmado la paz con el actor armado más viejo porque Colombia no puede continuar acabando con su capital más preciado: la vida de las personas que conforman el país y el medio ambiente que la sostiene.
Esta traza nacional amerita
una reflexión sobre el papel que la educación puede jugar en el nuevo escenario
de desmovilización, reincorporación y reintegración a la vida civil de miles de
combatientes, porque del pasado los hechos lo demuestran: la violencia superó
la educación… y la religión.
Es paradójico que un
país católico y educado haya alcanzado tal grado de deshumanización. Eso ha
generado un ambiente grosero y perverso, un ambiente en el cual no es posible el
desarrollo humano porque la gente hace el esfuerzo de educarse no para ser
mejor, sino para competir, para ganar más, para ascender socialmente, y a eso
le hace juego la educación a todo nivel. Además, los colombianos, pobres y ricos, hemos
ido acostumbrándonos al dinero fácil, mal habido; la justicia se ha prostituido
en todos los niveles; la política es sinónimo de corrupción.
Por eso es imperativo
que, ahora sí, la educación juegue un papel primordial en la construcción de
paz aportando al desarrollo humano, a la construcción de personas humanas,
porque ya no hay un santo nacional al cual el partido conservador en franca
decadencia y la iglesia católica que ha perdido mucho de su hegemonía le puedan encargar el asunto.
La educación
es portadora de futuro. Tiene un fin en sí misma y sirve a intereses de país. El
fin de la educación, en sí misma, es formar personas, mejores personas. Es
sabido que nacemos humanos y gracias a un entorno, denominado desarrollo, en el
cual se encuentra el acceso y el ejercicio de la educación, vamos ascendiendo a
personas humanas en una doble dimensión, biológica y espiritual, capaz de
conocer y amar (Boisier, 2003, p.1). Por eso es posible desarrollar el vínculo entre
educación y desarrollo humano, educación para el desarrollo humano.
Pero también tiene
finalidades deontológicas, siendo la proclamada por Kant la de más largo futuro
cuando afirma que “(…) no se debe educar a los niños a partir del
estado presente de la especie humana, sino a partir de un posible mejor estado
presente de la especie humana, sino a partir de un posible mejor estado del
futuro; es decir, a partir de la idea de la humanidad y de su destino. Este
principio es de gran importancia” (Immanuel Kant, 1985, p. 4). De esa forma la educación
para Kant, no responde a intereses particulares, por ejemplo de los educadores,
sino a los propios de cada individuo, entre los cuales el más importante e
ineludible es el de convertirse en persona, para contribuir a avanzar como
humanidad a un estadio más elevado de desarrollo. No obstante esta propuesta
desliga el interés propio con el interés humano porque el primero es limitado y
el segundo infinito.
Entonces, para pensar el papel de la
educación en el presente, como constructora de futuro, se puede aceptar la
propuesta de Boaventura de Sousa en el sentido de procurar expandir el presente
y contraer el futuro. “Ampliar el presente para incluir en él muchas más
experiencias, y contraer el futuro para cuidarlo” (de Sousa Santos, B. (2006,
pág. 10). La razón es que el futuro de paz, considerado al infinito no es preciso
cuidarlo. Pero si lo contraemos prácticamente lo equiparamos con nuestro futuro
personal, limitado. Así al quitar la discrepancia entre el futuro de la
sociedad y el personal, se traza una ruta innovadora para que la educación en
Colombia sirva a la construcción de un ambiente de paz mediante el desarrollo
humano como un proyecto de país.
Queda así, aunque no
únicamente, ubicada la construcción de un ambiente de paz en la órbita de la
educación, llamada, hoy si, a no seguir educando para el pasado sino a producir nuevos valores, a recuperar la ética y la estética de la vida,
a producir cambios en el hogar, en el barrio, en la sociedad, a inaugurar
nuevas formas de entendernos, a cumplir a cabalidad su
fin: hacer de sus educandos mejores personas, así se necesite de otros
maestros.
Referencias
Bautista G, M. (2002) Palabras de los mayores. Bogotá: Intermedio Editores.
Boisier, S. (2003) ¿Y si el desarrollo fuese
una emergencia sistémica? Publicado en la Revista del CLAD Reforma y
Democracia. No. 27. Caracas, Venezuela.
De Sousa Santos, B. (2006) Capítulo I. La Sociología de las Ausencias y
la Sociología de las Emergencias: para una ecología de saberes. En
publicación: Renovar la teoría crítica y reinventar la emancipación social
(encuentros en Buenos Aires).
García M, G. (1994). La proclama. Por un
país al alcance de los niños. En E. y. Misión de ciencia, & G. Lotero
(Ed.), Colombia al filo de la oportunidad. Bogotá, Colombia: CASE.
Kant, I. (1985) Tratado de Pedagogía. (Traductor.
Original en alemán) Ed. Rosaristas, Bogotá, Colombia.
Maturana, H. (1995). El sentido de lo
humano (8 ed.). Santiago, Chile: DOLMEN Ediciones S.A.
PNUD Colombia. (2011), Colombia rural. Razones para la esperanza.
Informe nacional de desarrollo humano 2011. Bogotá, Colombia.
Rey, Germán. Cultura y Desarrollo
Humano: unas relaciones que se trasladan.
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