Octubre de 2020. Época de confinamiento por el coronavirus
Miro la pintura de Clarita y me digo a mi mismo: ella representa la libertad de poder salir de su linda casa amurallada, impenetrable, subida en un pedestal, con sus puertas cerradas por el aislamiento, señalada con su propia bandera. Los muros en su parte superior dejan ver espacios para poder atisbar el enemigo: el coronavirus.
En el aislamiento ella aprendió a hacer fotos y videos, y, al tener la libertad de salir, evoca la casa, le toma fotos como si fuera algo del pasado, un monumento histórico de un tiempo gastado, pero que guarda en ella recuerdos dignos de ser fotografiados, una especie de castillo al que ya no se vuelve sino por curiosidad.
La vida está afuera, el sol siempre a la derecha a la espera, y los cinco años de vida expresados en cinco copos de nubes graciosas que danzan al ritmo de la infancia, adornando los tiempos vividos; las caras de los niños contentos mientras juegan, se estiran sobre la hierba, saltan con el lazo, suben y bajan a la pirámide por los bordes no por las pintorescas gradas como atreviéndose a romper la regla protectora; igual que la niña con un pie en la copa del árbol toma la foto con flash al interior oscuro de la casa.
No sé, me digo, ¿será que estas cosas se me ocurren desde el corazón lleno de amor por mi nieta?
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